martes, 19 de agosto de 2025

LA HERENCIA DE LA CORRUPCIÓN FRANQUISTA Y LA NECESIDAD DE LIBERALIZAR EL SUELO EN SANT FELIU DE LLOBREGAT

 

Durante las décadas de los años 60 y 70, bajo el régimen franquista, el urbanismo en Sant Feliu de Llobregat estuvo fuertemente condicionado por la estructura política del régimen franquista, bajo la cual los alcaldes eran designados y no elegidos democráticamente. Durante este periodo, dirigentes como Josep Anton Oliveras gobernaron con amplias facultades, aunque bajo un marco de escasa transparencia y control ciudadano.

Es importante precisar que, aunque con frecuencia se ha etiquetado aquella etapa del franquismo como un periodo de “liberalismo urbanístico”, esta caracterización es errónea y reduccionista. En realidad, el urbanismo de esa época estuvo lejos de ser un ejercicio genuino de liberalismo económico o de respeto a la libertad y al mercado. Más bien, fue un escenario dominado por la corrupción estructural, donde las decisiones urbanísticas se tomaban con criterios políticos y económicos opacos, frecuentemente al servicio de intereses particulares y sin un verdadero respeto por el interés general ni por la planificación sostenible. Este modelo distorsionó profundamente la función del urbanismo, generando desigualdades y déficits que hoy aún arrastramos. Por tanto, hablar de liberalismo en ese contexto es, cuando menos, confundir términos y desvirtuar una realidad que fue más bien de clientelismo y falta de transparencia.

Este contexto propició prácticas donde la corrupción local estuvo presente, con acuerdos entre autoridades municipales y promotores privados que buscaban beneficios económicos rápidos a costa de un desarrollo urbano deficiente. La aprobación de urbanizaciones sin los servicios mínimos, sin dotación adecuada de infraestructuras ni planificación social, fue una consecuencia directa. Esta falta de visión y control llevó a la proliferación de barrios como Can Calders y La Salut, con déficits urbanísticos y sociales que perduran hasta hoy.

Aunque con la transición democrática y la llegada de alcaldes como Francesc Baltasar Albesa se iniciaron procesos para corregir estos déficits, la herencia de corrupción y falta de orden quedó marcada en el desarrollo urbano. Incluso en los primeros años democráticos, parte del entramado político local mantuvo prácticas que dificultaron la efectiva reforma del urbanismo.

En cuanto al modelo urbanístico, la experiencia histórica demuestra que una elevada intervención y regulación estatal, especialmente cuando está afectada por clientelismo o corrupción, dificulta el funcionamiento eficiente del mercado del suelo y de la vivienda. A mayor grado de regulaciones y controles arbitrarios, más se ralentiza la oferta de suelo urbanizable, se encarecen los costes y se limita el acceso a la vivienda para la mayoría.

Por ello, la solución reside en avanzar hacia una liberalización del suelo, donde la iniciativa privada pueda desarrollar proyectos con mayor libertad y agilidad, pero siempre bajo una supervisión administrativa clara y limitada a garantizar la protección ambiental, la seguridad jurídica y la provisión de infraestructuras básicas. Este equilibrio permitiría superar las ineficiencias y desigualdades resultantes de un modelo excesivamente regulado y controlado por intereses particulares, favoreciendo un mercado más dinámico y justo.

En conclusión, el urbanismo en Sant Feliu de Llobregat refleja cómo la corrupción franquista y la excesiva regulación han lastrado su desarrollo urbano durante décadas, y cómo la liberalización supervisada del suelo se muestra como la vía más eficaz para corregir esa herencia y promover un modelo de ciudad más equitativo y sostenible.

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